Obra de Pawel Kuczynski
¡Cuidado! En cuanto te distraés aparece en tu boca una arenga, un sermón, un juicio moral o una advertencia moralizante. Señalar a las demás personas qué es lo mejor, apuntar con el dedo a un lugar lejano, invisible para ellas y que aparentemente vos visitaste, alcanzaste, decir incluso que ya estás ahí… es problemático.
Por un lado, quienes te sigan serán gente que confía ciegamente en tu visión, con mucha ilusión y poco poder de crítica. Eso te pesa cuando la llegada de los resultados se dilata (siempre todo se dilata: forma parte de nuestra percepción de los hechos, porque estamos rebosantes de expectativas). Por otro lado, todo el tiempo tenés que “ser”, no podés “estar”. La aspiración a la trascendencia, a mostrar al mundo tus conquistas, se vuelve una forma de atravesar la existencia, pero ¿cómo combinar eso con la experimentación, con la incerteza del futuro, condición insoslayable para cualquier aprendizaje? Te resignás a no aprender nada más.
No está en cuestión tu coherencia: sin duda hacés todo lo que decís. La pregunta es si eso puede servir a otros existentes deviniendo manual de instrucciones.
Distinto es cuando la proximidad opera su magia. La muda observación es tanto más parlante que el lenguaje verbal. La vivencia compartida se abre paso y conduce al centro candente de las preguntas vitales, un nudo de problemas irresolubles con el pensamiento y frente al que es tan indispensable pararse y contemplar. La experiencia nos pone ante el guardián del umbral. Puede valerse de palabras, pero siempre serán un elemento más, no la vía única.
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