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Aprendiendo de la antropofagia

  • Foto del escritor: Yael Barcesat
    Yael Barcesat
  • 29 jun
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: hace 4 días

 Glicéria Tupinambá tejiendo un manto
Glicéria Tupinambá tejiendo un manto

En la película “La princesa Mononoke”, de Miyazaki, la princesa se enfrenta a un grupo de monos que está a punto de comerse a un ser humano. El humano estaba destruyendo el bosque, representando al pie de la letra a la humanidad, y los monos se lo quieren comer. Entonces ella los interpela:


—¡Pero ustedes no comen carne! ¿Qué van a hacer? 

—Si comemos al humano nos quedaremos con su fuerza y podremos ahuyentar a los demás. ¡Dennos al hombre! —responden los monos.

—¡Suficiente! Saben bien que no pueden robar la fuerza de un humano comiéndoselo, se convertirán en otro ser mucho peor que él —replica Mononoke.


Aquí está reflejado lo que Eduardo Viveiros de Castro explica sobre el canibalismo en su libro Metafísicas caníbales. Por mucho tiempo los antropólogos creyeron que el canibalismo tenía como finalidad asimilar los atributos de la persona que se comía, para quedarse con su fuerza. Pero Viveiros entendió otra cosa.


“El canibalismo ceremonial, tal como era practicado por los tupinambás del siglo XVI, era un proceso de conmutación de perspectivas, de asunción del punto de vista del otro. Era un cierto régimen de alteridad, sui generis, que implicaba un salir de sí. Pensé, el canibalismo es normalmente interpretado como una absorción del otro, una introyección del otro. ¿Y si fuera lo contrario? ¿y si el canibalismo en verdad fuera una manera de salir de sí mismo, de transformarse en otro y no de transformar al otro en sí?”*

Mucho antes de esta formulación de Viveiros de Castro, en 1920 surgió en Brasil el movimiento antropofágico, liderado por Oswald de Andrade y Tarsila do Amaral, que proponía un canibalismo cultural: devorar la cultura del otro externo, el europeo y el norteamericano, y la del otro interno, los amerindios, afrodescendientes, eurodescendientes y asiáticodescendientes. Comerse al otro no para capturar su fuerza, su potencia, sino para conmutar las perspectivas y observarse desde otro lado. 


Viveiros de Castro cita el relato, muy conocido entre los antropólogos, que cuenta Levi-Strauss sobre la curiosa simetría entre estas dos imágenes: mientras los europeos, al encontrarse con el mundo indígena, se preguntaban y trataban de investigar si los indígenas tenían alma y cómo era esa alma, los indígenas sumergían los cadáveres de los europeos en el agua para ver cómo era su cuerpo, si se descomponía al igual que los cuerpos de los indígenas. O sea, los europeos estaban tratando de ver si los indígenas tenían alma y cómo era esa alma y los indígenas intentaban ver si los europeos tenían cuerpo y cómo era ese cuerpo. 


Para Levi-Strauss se trata de una búsqueda simétrica. Para Viveiros no, no es una simetría, porque unos ponen la diferencia en el alma, los europeos, y otros ponen la diferencia en el cuerpo, los indígenas. Los animales, las cosas no tienen alma o tienen un alma diferente, siguiendo la visión cartesiana. Para el indígena es al revés, los cuerpos son diferentes, pero todos tienen alma: los animales, los ríos, los fenómenos naturales… todos tienen intencionalidad. Eso crea un mundo totalmente distinto en el cual la cultura es lo uno, es lo común a todas las cosas y la naturaleza es lo diferente. 


Para Occidente hay una naturaleza y muchas culturas. Viveiros dice que para el mundo indígena amerindio hay una cultura y muchas naturalezas, porque la diferencia está puesta en el cuerpo. Lo que difiere son los envases, pero en realidad todos los existentes tienen cultura. No solamente los peces, los árboles, sino también el viento, los fenómenos climáticos, todo tiene un alma, un mundo inmanente: el alma está por todos lados, no hay un lugar trascendente que tenga el patrimonio de la verdad, el espíritu. Las divinidades son tan humanas como un jaguar o un tapir, el espíritu está presente en todos los seres.

“Los europeos veían a los Indios como animales, y los indios veían a los europeos como dioses. Como lo ha mostrado ya Sahlins (1995), la asociación de los invasores con las divinidades locales, fenómeno observado en diversos encuentros entre los Modernos y los Indígenas, dice mucho más sobre lo que los indígenas piensan de la divinidad que sobre lo que piensan de la modernidad o de la europeidad.”* 

Las divinidades cometen errores, tienen sus mezquindades, son arrasadas por sus sentimientos… Esto se observa también en divinidades de otras culturas, como la griega o la hindú, en las que hay una multiplicidad de estos personajes divinos con las mismas patinadas éticas y morales que los seres humanos. El monoteísmo, por el contrario, propone un modelo trascendente donde la verdad está siempre más allá; es lo mismo que encontramos en todas las propuestas “monoculturales”, como por ejemplo la monogamia y la organización verticalista de las instituciones.


Un canibalismo cultural de las sociedades matriarcales podría lograr, entre otras cosas, que nuestra perspectiva cambiase al punto de no ver las obligaciones como imposiciones, ni la libertad como mezquino individualismo.


* Citas del libro Metafísicas caníbales, de Eduardo Viveiros de Castro, editorial Katz, 2010.



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