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Vieja


Exhibición NetiNeti, de LuYang



¿Por qué la juventud? ¿Desde cuándo se instaló este sentido común que nos hace querer solo la piel tersa, la comisura del ojo que apunta hacia el cielo, la invisibilidad de los dientes inferiores en la sonrisa…? Un afán contragravitatorio se apoderó del deseo.


Yo ya soy vieja (shhh, no hace falta que en tu interior algo se rebele y trate de convencerme de que no, ¡es tan hermoso al fin serlo!). Ser una vieja no impide que cuando me imagino escribiendo o bailando me retire a esa edad interna que no se ve afectada por la fuerza de gravedad (lo que tira hacia abajo) y sí por una suerte de ímpetu de flotación, que alcanza alturas desde las que el panorama se va apreciando más vasto y más distante. La edad interna, por lo tanto, es algo que se siente muy distinto a la vejez, connotada de peso y lentitud.


Escuché a mi abuelo quejarse de que su cuerpo no acompañaba sus vuelos intelectuales en sus últimas décadas. Yo me proponía en secreto escapar a ese destino de escisión, al momento en que se empieza a hablar de “un cuerpo” como separado de lo demás.


Hay un ejercicio típico del Jñána Yôga llamado nêti nêti, que consiste en meditar en las respuestas que el pensamiento elabora para la pregunta “¿quién soy yo?” e ir descartando, hasta que no haya ningún elemento que pueda ser separado del self analizado. La respuesta reiterada nêti nêti, que se traduce como “ni esto, ni aquello”, incita a un buceo infinito.


Yo ya soy vieja, por lo tanto mi madre es mucho más que vieja (¡shhh! No te indignes porque llamo vieja a mi madre). Es coreógrafa. Recientemente, le tendieron (como quien desenrolla una alfombra roja) una invitación a bailar. La coreógrafa teme ya no poder danzar sus coreografías: la exigencia técnica, el virtuosismo requerido…, pero sé que para sus adentros se responde: ¿qué es la danza?

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