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Veladura


Superficie lunar, foto de la NASA



¿Por qué nadie habla de esta felicidad? ¿Por qué nadie menciona las potencias agazapadas en esta etapa de la vida? ¿Cuál es la utilidad de la queja y el llanto ante la retirada de unos atributos y el nacimiento de otros, si se trata de algo inexorable?

 

No voy a rezongar por la apariencia que adquiere una piel con menos colágeno, si en cambio mi mirada se vuelve más penetrante. No pienso maldecir mis pelos blancos si junto con ellos crecen como antenas nuevas superficies de disfrute.

 

¿Cómo padecer que la compulsión retrocede y las ganas avanzan, cuando ya no hay que probar nada a nadie, mucho menos a mí? Cada paso es habitado por una dosis más baja de expectativas, lo que transforma ese paso pedestre en un salto, en un vuelo, que se puede emprender sin saber a dónde lleva, porque los años fueron mostrando que hay un arte de aprender a caer.

 

Recuerdo el momento de las primeras ansiedades, de los pequeños espantos al recorrer un cuerpo que ya no se resiste escultórico a la fuerza de gravedad. Es entendible, pero tan injustificable como pretender que la belleza solo se encuentra en la simetría y en la turgencia. Aprendí a degustar las diversas formas en que mi cuerpo deja de resistirse al paso de los años, que revela sus experiencias acumuladas, desflorando un temple nuevo.

 

Cuando era chica pensaba que la virginidad era algo que había que sacarse de encima lo antes posible. Seguramente algunas lecturas me dieron esa idea y a los catorce logré dar el paso hacia la etapa siguiente. Con esa misma premura me adentro en el climaterio, con una mezcla de rechazo de los clásicos atributos de una feminidad fabricada y de alegría por desconocer lo que se viene.

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