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Una soga más larga


El país de Jauja, de Pieter Brueghel el viejo


Cuando me viene el hambre tengo que agarrarme fuerte. Necesito pensar en cómo y cuándo comeré. Tengo que prepararme para esperar un montón hasta que finalmente llegue el momento de la comida, sean minutos u horas es siempre una espera enorme.


Y si el apetito se acaba rápido al unísono con la comida, en vez de experimentarse un placer saciado arremete la percepción de una ausencia. El hambre, en cambio, no lo es. Me acompaña durante todo ese rato que parece horas que parecen meses y en la expectativa de ver su fondo yo llego a acariciar la felicidad. ¡Pero es tan corto ese encuentro, comparado con los meses de espera!


Nací con esta hambre y desde siempre me gustó el ejercicio difícil de clavar los frenos. Qué pasa si no como. Cómo puedo hacer para no comer, para demorar el momento, para habilitar el paladar a otras sensibilidades y placeres. Aprendí a disfrutar de esa exploración (a veces), a postergar la satisfacción de la necesidad hasta que se nuble y desaparezca la pulsión inexorable, que permite que emerjan otras.


Estoy probando. Jugando. Entrenando. A veces estoy luchando, aunque si entro en esa siempre pierdo. Estoy empujando una incomodidad, elongando una soga invisible. Quiero una soga más larga.

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