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Un desafío que ya fue


Foto de @ilbusca


Desconfío de la paz, si bien muchas veces me encuentro anhelándola. Prefiero estar en el centro del tironeo, donde las fuerzas concurrentes se trenzan en puja constante. Es fácil juzgar desde afuera la intensidad y confundirla con el frenesí (tal vez lo sea). Pero hay una riqueza propia de la acción y sus consecuencias, una ramificación de las salidas, que al tiempo que estalla en nuevos dilemas aporta tantas otras formas de deleite.


Hay un placer que se encuentra a la vuelta de la esquina: resolver un problema, cualquiera que sea. Procurarse (entregarse a) desafíos entonces es un punto de partida. Luego, encontrar la manera de sortear los obstáculos es el amargo y dulce juego de la existencia. Cuando hay un montón de problemas sin resolver todo se frena y el embotellamiento asfixia. La parálisis hace surgir nuevos problemas que se suman a la cola, y cada vez es más difícil avanzar. 


Hay quienes sugieren resolver lo más grande de una vez, para después poder sentir que ya pasó lo peor y que todo luego será más fácil, como quien se corta las uñas con la mano menos hábil primero, o deja lo más rico del banquete para el final. Creo que fui así un tiempo, ya no. Escojo lo más pequeño, lo más fácil tal vez, no por pereza o temor a encarar lo grande, sino para salir gradualmente de la inercia generando un movimiento que contagia, de manera tal que cuando llega el desafío gigantesco ya no lo veo ni tan grande ni tan feo. Cuestión de estilos. 


Decenas de pequeños problemas pueblan los días, Con sus tironeos, proporcionan decenas de oportunidades de encontrar satisfacción. A veces me olvido de tocar ese deleite por pensar en la mole ominosa de desafíos mayores; pero otras veces -que vengan muchas de esas- me doy cuenta de que fui deshaciendo esos gigantes en pequeños fragmentos, aplicándome diligentemente a lo minúsculo, hasta que de pronto me encuentro frente a la silueta de un desafío que ya pasó.

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