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Pink terrorism III

  • Foto del escritor: Yael Barcesat
    Yael Barcesat
  • 18 may
  • 1 Min. de lectura



Marceline-Marie saliendo del árbol antropófago, collage de Max Ernst
Marceline-Marie saliendo del árbol antropófago, collage de Max Ernst

Son tan estrechos los bordes de lo socialmente aceptable, que algo tan simple como un beso en la boca dado a la persona no esperada produce una detonación ensordecedora en quienes presencian la escena. El eco puede ser potente al punto de deformar nuestros paradigmas más instalados.


Dirán que es inocuo, que lo lúdico de un comportamiento fuera de lugar no logra mover los cimientos de tanta cosa que hace falta modificar. Y en parte es cierto, si se piensa en grande. El problema de pensar en grande es que no pocas veces termina en parálisis ante la incapacidad a nivel micro de promover un cambio a nivel macro.


Al actuar en pequeño se logra agrietar perceptiblemente la cáscara de ciertas convenciones con que se convive diariamente y contemplarlas con un ojo recién nacido. Se descubre entonces el sinsentido de tantos hábitos instalados, hábitos sutiles de pensamiento y de sentimiento, cuya lógica de instauración por necesidad colectiva histórica va contra toda singularidad presente. 


La colectividad se compone de singularidades. En el momento en que se transgreden los límites de lo que se puede decir o hacer en determinada circunstancia, de manera lúdica y experimental, se forma una nueva colectividad con quienes presencian la escena. Más allá de las reacciones singulares, una barrera se franquea. 

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