Fotograma de la obra de Stephanie Sarley
Cuando no hay conciencia del pasto, del piso, apenas una persistente conciencia de las cosas que faltan, un deseo que devora el presente… Prescindir de los motivos. Extender el tiempo, el beso. Pacer.
En ese clima sabe bien desear poco, desear menos. O mejor, desear mucho lo que ya está acá. Redesear. Saborear el bocado. Contar con el cuerpo. Lanzar al aire las pertenencias y ponerlas a danzar, mantenerlas en un precario equilibrio, abrazar cierto riesgo vital.
Volver a mirarse como si la pandemia y el tsunami, todo junto. Seguir extrañándose después del reencuentro, porque la fragilidad acecha. Como si fuera esta noche la última vez.
Desordenar las prioridades, poner patas para arriba el sentido común. No asegurarse nada más que lo indispensable, y que hasta eso esté sujeto a cambios con el paso del tiempo.
Dejar de definirse. Irse lo más lejos posible de los círculos y los cuadrados. Pero no por fiaca o ignorancia, apenas por respeto a lo que escapa a las definiciones. A lo sumo, enumerarse: esto sí y esto también…
Crecer para adentro. Estallar hacia afuera, como la pulpa que no se contiene más en su cáscara. Producir por maduración, por abundancia, por derramamiento inevitable. Así se tienen muchas ganas.
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