The couple, de Louis Bourgeois
—¿Y ustedes son pareja?
—Sí.
—No.
Miradas cruzadas, quien pregunta siente que metió la pata, pero quienes respondieron se ríen a carcajadas. No necesitan encontrarse en el lenguaje más que en otros lugares.
Saber siempre de qué lado ponerse, mantener una coherencia sin fisuras, responder lo mismo a estímulos similares pero diferidos en el tiempo… es llevadero como la corriente de un río que se abisma en catarata.
Se paga un precio por tener una ética satisfecha. Por un lado, como todo mecanismo en desuso, deja de funcionar tu capacidad de experimentar, porque ya no te exponés a los eventos más que embanderada bajo tu causa —y desde atrás de esa inmensa bandera sólo ves las cosas coloreadas y tramadas—.
Por otro lado, las personas siempre saben dónde encontrarte. Eso te puede gustar o no, pero sin duda es algo a considerar. La ética satisfecha no es nómada y tiende a crear esos seres cuadrados como los rótulos, los partidos, los colores… La paleta de quienes siguen en la construcción de su ética crea no-colores, tonos inclasificables; si hacemos el esfuerzo de nombrarlos —y siempre lo intentamos— nos encontramos en la búsqueda de un punto intermedio entre el azul petróleo y el negro. Lo que más me gusta es cuando no necesitás llegar a ningún punto intermedio, cuando podés irte a dormir feliz con la falta de acuerdo y las contradicciones.
No soy así, estoy así.
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