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Singularidad




Obra de Antoni Tàpies, 1945


Ser single, ser singular, habilita una pluralidad de experiencias. La mayor parte de las veces, ser pareja las cercena. Hablo de “ser” y no de “estar”, en soltería o en pareja, porque no lo siento como un estado momentáneo sino más bien como una decisión, un voto que lanzamos a la urna de las alternativas afectivas, con el mismo pensamiento que cuando votamos: que nuestra elección no define nada, pero que tal vez en algo contribuye…


Hay gente soltera que en realidad está en pareja. Estar a la espera de que alguien aparezca en el horizonte organiza la existencia de determinadas maneras. Hay gente casada a la espera de la soltería, haciendo sus planes para el intervalo, porque se supone que no se instalará en ese estado indefinidamente. Si eso sucediera, probablemente sería por accidente, un fracaso, un trauma. La soltería es un período pasajero en el cual no hay que demorarse demasiado.


Tal vez se deba a la amenaza del fantasma de la soledad, que atormenta como todo buen espectro a quienes no se atreven a encender la luz y robarle su misterio. En ese momento revela un rostro siempre único, por lo que es imposible generalizar y describir cómo es.


¿Son autoexcluyentes la soltería y la profundidad de los vínculos afectivos? No lo creo. No obstante, esa convivencia entre la singularidad y la pluralidad demanda mantener la guardia alta para no deslizarse por el tobogán del amor romántico, con su omnipresente sentido común compuesto de acuerdos tácitos a los que nunca tuvimos la oportunidad de decir no.

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