
Mientras camino grabo este audio. Me lo grabo a mí misma, para después transcribirlo automáticamente. Y así escribo mientras camino. Me pregunto si existe algo más privilegiado, si podría pedir más facilidades a la hora de escribir un texto. Pienso que lo tengo todo y lo valoro muy poco. El ejercicio de mirar los privilegios propios es difícil como tratar de sentir la fuerza de gravedad, algo con lo que convivimos veinticuatro siete. Bastaría una pizca de autoestudio para ser la persona más feliz del mundo. Una pizca de introspección para ser la persona más feliz del mundo… siempre que mi celular no me abandone.
Escribir mientras se camina permite captar contenidos y formas diferentes que cuando se está en una posición estática. Hay una parte de la atención que, en movimiento, si bien de manera bastante solapada y automática, está concentrada, está tomada por la actividad motriz. Y esto no está mal para la escritura, en el sentido de que genera una lateralidad, un paralelismo, camina y piensa, piensa y camina, una coordinación o una descoordinación, una coreografía en otras palabras, de a dos. Durante mucho tiempo caminé para inspirarme, después empecé a patinar. Cuando los celulares se hicieron más refinados a la hora de registrar ideas, empecé a frenar en los semáforos para poder anotar o grabar. De a poco la herramienta de dictado mejoró su lectura de mis palabras, por mi lado fui volviendo más clara la dicción. De pronto se pudo transcribir un audio. Unos segundos después de grabar veo el texto escrito. Rápidamente me pongo a acomodar las expresiones y a organizar, o puedo optar por dejar el texto sin órganos. En cualquier caso, la vista ayuda en ese proceso. La vista interviene. Bloques de textos, de ideas. Cuando camino salen en desorden, aunque no diría desorden. Con otra lógica, con otro método.
Mi caminata hacia la escuela atraviesa el shopping center. Se agolpan recuerdos de épocas anteriores a que estas moles gigantescas brotaran en la ciudad. A los nueve años viajé a São Paulo y fue la primera vez que escuché sobre la existencia de estos bichos urbanos, macizos, pródigos, enloquecedores, capaces de reunirlo todo en uno. Al igual que cuando nos cuentan sobre las funciones de cualquier tecnología del futuro, inicialmente no entendí la descripción del shopping, con esa mezcla dual de perplejidades que oscila entre preguntar qué es lo nuevo del concepto, si siempre se pudieron comprar cosas, y constatar que no estaba entendiendo de qué se trataba. Es agradable esta caminata, un sábado a la mañana, el shopping casi vacío, el fresco del aire, rodeada de las personas y las músicas suaves vinculadas al consumo… Vivimos en perpetuo síndrome de Estocolmo, abrazando los inventos que nos capturan.
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