Cuidado y sobreprotección
- Yael Barcesat
- hace 13 minutos
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Hay un tiempo de la vida que se dispensa en brindar cuidados a quien lo precisa: por afecto, por misión, por gusto, por necesidad.
Problemático es que esos cuidados los exijan a nivel microscópico quienes podrían perfectamente lidiar con el mundo sin ellos. Una de las tareas que más turbulencia mental generan es carburar cómo las demás personas van a recibir nuestros actos y dichos. Vivir con miedo a ofender nos priva entre otras cosas del humor, de la carcajada, de lo salvaje de una apreciación franca.
A veces, en nombre del cuidado del otro se encubre un terror al rechazo. En esos casos se cuida para agradar. Se cuida también para evitar un juicio o una cancelación, para amoldarse a las premisas de lo políticamente correcto, arrasando con las oportunidades que surgen de la diferencia.
Tomar precauciones a cada momento comporta cierta infantilización del destinatario del cuidado. En cambio, manifestarse sin pruritos abre una brecha que permite a las demás personas ser fuertes.
¿Cuál es la frontera que separa el cuidado de la sobreprotección? Ciertamente se parece más al encuentro cambiante de la tierra con el mar, siempre incierto, que a una línea recta como las que traza la división política de los territorios.
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