Ram's Head, White Hollyhock-Hills, de Georgia O'Keeffe
Es muy delicado ser y estar. De prestado no se vive. No sé por qué. Podríamos. Por ejemplo las plantas. Están las que se conforman con tan poco, unas motas de polvo bastan a modo de suelo. Son mayormente sedentarias, aunque algunas tienen capacidad de multiplicación a distancia, lo que no sería un nomadismo pero sí una propagación.
¿Por qué me enseñaste a querer más a unas plantas que a otras?
Mi corazón está del lado de las que son capaces de vivir en mi balcón o en mi ventana. No me interesa su forma física, apenas su voluntad de persistir. Cuando noto su disgusto o su pesar, aplico los cuidados que un parco sentido común pone a disposición, pero en general no son suficientes para cambiar lo que parece ser una decisión tomada: “no puedo crecer en este lugar”. Sólo resta acompañarlas hasta el fin o retirarlas de la vista.
Soy reacia a tomar decisiones con las plantas, a ponerme en guerra contra la mosca o el gusano que vienen a compartir el ecosistema, generalmente transformando y a veces devorando. En el mundo de las plantas y de los insectos puedo jugar a ser observadora ―“que gane el mejor”― y es entonces cuando sucede la magia: la planta devorada por el insecto crece nuevamente, con más fuerza; esto puede ser interpretado por quienes vemos películas como sed de venganza, o bien como expresión de gratitud por una poda bien hecha en la temporada ideal. Las plantas, no obstante, no ven películas y no hay manera de saber cuál es su sentir al respecto.
Ante otros seres humanos me avergüenzan la mosca y el gusano, no así cuando estoy sola en mi jardín urbano, de juguete, compuesto sobre todo de cactáceas y suculentas (las más resistentes al mordisco), pero también de alguna que otra de hoja fina y suave… En compañía de esta gente no humana puedo entender hasta qué punto nos anclan las dualidades bien y mal, lindo y feo, noble y plebeyo. Hay que ver quién es más sedentaria.
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