
Escena de la película Ghost dog, the way of the samurai, de Jim Jarmusch
El sacrificio es siempre una sustracción, un encogimiento, un ayuno. Pero el objetivo es dar un salto, vadear el inmenso obstáculo de la crisis con medios drásticos, a fin de recuperar una homeostasis en la cual la vida sea posible, restablecer un cierto balance. Así es como lo han practicado tantas comunidades e individuos a lo ancho del planeta desde tiempos ignotos, sin abonar un juicio moral de tipo “hay que sacrificarse para que venga lo bueno”.
El sacrificio es ritual y tiene su función colectiva. En el vínculo entre dos personas pareciera trasladarse cierta lógica del sacrificio, pero que termina operando de manera muy distinta. Una serie de pactos del no-hacer, de acuerdos de renuncia, pueden ser considerados como la joya de la lealtad cuando en realidad son meros espejismos de solidez afectiva. Cuando se van sumando, aun de manera tácita, las recomendaciones y comandos de tipo “esto no, y esto tampoco” con el afán de digitar la existencia más allá del propio vínculo, el aura sacrificial se hace presente, y hay quien siente orgullo de ser objeto de tal vigilancia. A ese tipo de sacrificio personal voy a llamarlo renuncia, para no confundirlo con la práctica ritual colectiva.
No toda sustracción es renuncia, no todo refrenarse es renunciar. Investigar la moderación y la dosificación puede ser un ejercicio sumamente vigorizante que permita descubrir un espectro inusitado de formas vinculares.
Hay pocas personas dispuestas a ayunar (dejar de consumir lo que no sirve, llámese golosinas o hacer scroll en alguna red social), aun cuando eso haría posible una transformación colectiva. Demasiadas acarician su espejismo de seguridad imponiendo las condiciones de la renuncia a quienes aman.
En la película “Ghost dog, the way of the samurai”, Jim Jarmusch rescata una perlita del dibujo animado Félix el gato: un científico inventa la máquina que finalmente puede transformar diamantes en gomitas masticables. La propuesta de que la joya son las gomitas y no los diamantes es una hilarante “transvaloración de todos los valores” al estilo de Nietzsche. Pese a eso, el científico está frustrado, porque el gato Félix tiene una bolsa de trucos que hace magia, puede materializar cualquier cosa que quiera. El científico pragmático se empequeñece ante lo infinito de la imaginación (hay quienes la llaman magia).
No todo lo que brilla es diamante. A veces es gomita masticable.
Homeostase e equilíbrio dinâmico. Fazer o trajeto sozinha deixa espaço pro fator surpresa de encontrar, às vezes, parceiros ayunando por diversos aspectos. Aceno e Sorrio.
Por vezes quero dar uma volta junto.
Cis