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No me enseña nada lo que ya me sale. Sin hacer una apología del esfuerzo, prefiero pensar que no me va a salir. Prefiero hacer todo como si no me saliera, y que después cuando lo logre todo sea gratis y flotante.
Cuando me comporto como si no fuera a conseguir lo que quiero, tomo unas precauciones extra, descubro los preparativos a los que otras personas precisan aplicarse, transito por un camino que de otra forma nunca habría tomado. Y en vez de aburrirme mirando ese paisaje supuestamente conocido, siempre se me revelan unos detalles que había pasado por alto.
Cuando hago todo como si no supiera hacerlo, me sale mejor. Logro seguir la receta como si la leyera por primera vez, y sigo aprendiendo cosas. Eso no mina mi seguridad, por el contrario eso me da confianza. Estoy segura de que, partiendo de esa predisposición, la transformación no tiene edad. Nunca se agota.
¿Es cansador? No me parece. Hay tantas formas de perder el tiempo. Demorarse en la confirmación de lo que en teoría se sabe y de regalo descubrir que ese conocimiento era incompleto, que podían encontrarse más poros en esa piel, más olas en ese mar… Quien se canse del infinito no necesita ponerse a contar las estrellas.
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