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Nada ni nadie por entero



Teenager teenager, de Sun Yuan y Peng Yu
Teenager teenager, de Sun Yuan y Peng Yu

Aunque viva sola, vivo por default acompañada, y por eso amo la soledad. La amo con tanta fuerza que a veces quisiera que el default fuera estar en una isla. No quiero distraerme, quiero estar todo el tiempo concentrada. Mirar la cara de la vida de frente a cada momento. Pero en ese aislamiento, ¿cómo silenciar el murmullo interno que todo lo aburre con su incontinencia? El tormento del diálogo mental puede prolongarse más allá de toda medida. La compañía interrumpe, distrae, y por eso mismo salva, aunque también puede volverse excesiva. Hay que aprender el arte de la condimentación para encontrar el punto justo, más allá del cual el manjar se arruina de manera irrevocable.  


Parece que nada ni nadie nos gusta por entero, que todo precisamos atenuarlo o aumentarlo, intervenirlo, toquetearlo de alguna manera. Tal vez eso sea ser humano. Por necesidad, como quien se sube a un banco para llegar a un estante elevado, y también por diversión, porque no nos satisfacemos con la vida desnuda. Las cosas tal como son difícilmente sacian nuestras ganas. En ese afán por la intervención creamos actividades, encuentros, soledades y otras cosas que llevan nuestro sello. 


La perplejidad es insuperable cuando, considerando todo esto, nuestros relatos y nuestros anhelos se pueblan de horizontes de deseo inmutables y de promesas de tranquilidad para siempre. En vez de eso, me prescribo evitar el estancamiento. En la casa: habitaciones intercambiables, mudarse de rincón cada temporada; en los vínculos: compañías provisionales con formatos intercambiables, sin apego a los rituales, aunque también sin dejarse caer en la compulsión de la variedad; en las rutinas: poner a prueba toda certeza, sustrayéndose voluntariamente a la inercia; en las actividades: dejar de enseñar todo el tiempo o de aprender todo el tiempo (solo enseñar es soberbia, solo aprender es acomodación). 

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