Peromedusa, de Ernst Haeckel
No tenía una única piel. Al menos esa es la explicación que encuentro para una fortaleza que convivía con un amplio espectro de sentires. Estallaba en notas de la más alta sensibilidad (piel de antenas de mariposa) mientras los ataques le resbalaban sin hacerle un rasguño (piel de bagre).
Tal vez contara con un dispositivo de absorción-protección como diafragma, presto a adaptar su grado de apertura para dejar pasar el alimento y cerrar la puerta en el momento justo.
Tal vez no fuese el mismo órgano receptor que se transformaba, sino múltiples entradas; no puede costar tanto imaginar eso, ya que somos un cuerpo en que coexisten actividades diversas, mientras una parte se nutre la otra se limpia, la otra se piensa, la otra se entrega a la música…
Era incómodo para quienes querían describirle. Dependiendo de tu ánimo al acercarte te topabas con una u otra cara, los relatos no eran coherentes. ¿Era un ser duro o blando, sensible o impenetrable? Era todo eso. Y de alguna manera inexplicable había aprendido a llevar tanto su sensibilidad como su fortaleza al extremo: cuanto más crecía una, tanto mejor para la otra.
Supo existir en medio de quienes aceptaron el estupor ante lo múltiple y lo volvieron cotidianeidad. Intentaron construir un hogar de esas características. De vez en cuando alguien no quería más y se iba dando un portazo o silbando bajito.
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