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Moldes sentimentales


Salto al vacío, de Yves Klein



Conmoverse con lo que las películas y publicidades nos muestran termina por crear una cáscara que impide responder a otros estímulos menos trillados. Y cuando nos alcanzan, puede ser que nos sintamos un alien.


Tenemos razonable familiaridad con un manojo de sentimientos que podemos nombrar: amor, odio, envidia, celos, rabia, compasión, ternura… Una cantidad de otros nos son ajenos por su rareza: casi nunca los vemos plasmados en las películas o en las publicidades, tampoco tienen buena prensa. Simplemente no encajan, son más escurridizos de las categorías establecidas, y nos dejan con una sensación de ilegalidad.


“¿Qué te pasa?” “No sé, creo que dormí mal.” En esa respuesta podemos cifrar “estoy sintiendo algo incómodo e innombrable, sui generis, me siento afuera de mi piel, o no me conmueve lo que debería conmoverme, o no me contenta o no me gusta lo que a mi entorno le encanta… ”.


Pero estar fuera de la piel no es algo tan inusitado. Mucho menos discordar del gusto imperante. Sin embargo, apaciguamos esta diferencia, nos esforzamos por seguir con la corriente, amansamos nuestra extrañeza y todo continúa sin grandes sobresaltos. O, de tanto hacer fuerza en contra, finalmente se produce un estallido, en la vida o en el cuerpo (que vienen a ser lo mismo).


Estamos en la obra Macbeth, hacia el final. Macduff, en pleno duelo por el asesinato de su familia, recibe la increpación de Malcolm a que pelee “como un hombre” y responde que lo hará, pero que también debe sentirlo como un hombre. ¿Cuál sería el paso siguiente? Tal vez sentirlo como una mujer, como un caballo, como una ameba, como nadie nunca lo sintió. Y, por fin, sacar el “como” de la ecuación.



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