A little angel, de Marc Chagall
No estamos en mi lugar por la salud. Más bien estamos porque este es el último día de nuestras vidas, tal como ayer lo fue.
No estamos por el rendimiento. Eso tarde o temprano se acaba cuando salimos flotando a dar una vuelta y apreciamos la pequeñez de infinitas batallas.
Hemos abandonado el plan maestro, ese que te conduce por un camino lleno de etapas hasta algún lugar de acá a diez años. Nos entregamos en cambio a tejer con ahínco una programación posible, que luego cambia al tropezarse o contagiarse con los planes aledaños.
Sabemos todo del pan y de las frutas, pero no creemos nada de lo que escuchamos hasta tener nuestra propia impresión de sus efectos.
¿Buscamos el placer? No sé si se puede llamar “buscar” a esa predisposición particular que permite sentirlo menos como una coronación que como un despojarse de ropa interior.
Vaciamos la felicidad de toda fórmula, sobre todo de las que se proponen como lista de tareas para llegar a un final feliz. Eso no impide que vivamos a la caza de los momentos, incluso con los sentidos en permanente alerta, y que nos sorprendamos cada día (el último día de nuestras vidas) con el cuerpo en posición de sonreír.
Comments