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Lo incómodo



Voyeur #2, de Cristina Troufa



Una vez más estoy en una fiesta en que no conozco a nadie, con las mismas ganas de estar más adentro, de no espectar tanto, de embarrarme un poquito más y meter los dedos en la masa. Pero el celular me captura y da cobijo al mismo tiempo. En otra época no habría tenido qué hacer. Nunca fumé, así que no existía esa ocupación de la mano y la boca, dos antenas que si mantenemos ocupadas se tranquilizan: podemos decir que estamos haciendo algo. Ocupar las manos y la boca, un trago, un cigarro, una conversación… la edad me concede permiso para cierta inmovilidad, no hay tanto en juego, la aceptación social no se mide ya en un único encuentro. Las más jóvenes en cambio necesitan imperiosamente los utensilios o las palabras.


Cuando conversás con otra gente tus ojos pueden pasearse errantes, impunes, mientras el hilo de la charla sigue con quien tenés enfrente. Si estás sola, en cambio, te convertís en la mirada voyeur, tu mirada puede pecar de ser invasiva o torpe, o incluso presa fácil al cruzarse inocente con una mirada intencionada, que al verte en soledad no encuentra ningún impedimento para acercarse.


Hay un peligro cuando la mirada está suelta, en el que habitan oportunidades raras. El celular permite mantener los ojos bajos. Más que bajos, apagados. Describir esta espera me permite mantener los ojos apagados. Quisiera encenderlos al mundo, solo que hay algo bicho que se asusta de que le miren. Si levanto la mirada veo gente vestida para ser observada, pero temo que el lado animal se exaspere, que no le guste ser visto de frente, con descaro; tengo que ser cuidadosa para no romper algo, para que me permitan quedarme un poco más.


Ya pasaron cuarenta minutos. Casi todas las personas se conocen, se armaron tríos o dúos parlantes. Quien no charla tiene una cerveza o un celular para depositar sus sentidos. Los sentidos sin objeto definido no tienen buena fama, provocan la inquietud interna de la persona en quien eventualmente se posan (“¿qué mirás?”). Mis sentidos están convocados por este acto de escritura, pero en cuanto se sueltan tienen una intensidad que es preciso moderar.


Es incómodo explicar lo incómodo. Pero es peor hacer como que no existe.

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