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Lo sagrado y lo profano




Dibujo de Luca Barcesat




“… El niño Francisquito se asustó y lloró un día, con miedo de la tonada “patraña”;

que él había repetido en voz alta quince o doce veces, por hacer chiste y pues,

se había desusado por ese uso y había vuelto a ser salvaje.”

 Sagarana, de João Guimarães Rosa.

 

 

“No te metas en camisa de once varas” se nos advierte, pero lo hacemos todo el tiempo: construimos nuestras propias prisiones y después vemos cómo nos las ingeniamos para habitarlas. Tenemos una gran habilidad para acomodarnos a los espacios más pequeños, y a eso lo llamamos heroísmo.

 

Hay quien haga sus intentos de escapar. Los detecto en mí cuando me afano por desterrar lo doméstico de las conversaciones, aburrida de poner en escena cada día las mismas pequeñas preocupaciones, títeres cansados que quisieran pasar a mejor vida pero que, llamados a performar su teatro cotidiano, nos dan excusas para mover los dedos.

 

Muchos mundos viven en lo que llamamos mundo. Cuando se encuentran los restos de un mundo perdido, se hace un esfuerzo enorme para separar lo sagrado de lo profano: el cuarto tiene que ser definido como una sala de estar o un santuario, un espacio de placer o de ritual. Si hay estar en el santuario o placer en el ritual, como parecen sugerir las piscinas lustrales minoicas, la gran piscina de Mohenjo-Daro, la sala de los bucráneos en Çatalhöyük y tantos otros hallazgos arqueológicos, nos cuesta concebirlo. ¿Estatuillas femeninas o diosas? Si está todo compartimentado, nadie pretende hallar el arte fuera del museo o el autoestudio fuera del templo. Hago entonces el ejercicio de mirar mi casa como si fuera un sitio arqueológico.

 

No es un Picassso: es el retrato de un lobo que me regaló un ser de seis años de edad, y claro que tiene su encanto. No es objeto de culto: es un incensario, se usa para perfumar los ambientes, y claro que eso implica hacer arder algunas miasmas. Por último, mis huesos no están hechos de la misma materia que otros huesos de la misma época, alimentados de una cierta forma, sometidos a cierta disciplina cotidiana, receptores de ciertos cuidados o placeres…, ¿sacralizados?

 

Prefiero “desusar por el uso” como forma de recuperar el poder que tiene una palabra la primera vez que la escuchamos, antes que destinar un único espacio para que esa palabra pueda ser pronunciada. 

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