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Invitación


Comedy, de Paul Klee


Moradores del ocaso, asómense a la ventana: hay tanto brillo que duelen los ojos. No lloriqueen, déjense arrasar por la experiencia, aunque en el camino se transforme el cuerpo, crezcan pelos, salgan arrugas. Vengan al baile feroz que deja como rastro confusión y dudas existenciales, el mal que es la semilla del bien (dos cáscaras vacías cuando se come toda la pulpa).

 

Súmense a una fiesta sin invitación, con la timidez de quien se escabulle donde no le llaman, aunque adherida a la emoción del descubrimiento. Protéjanse, claro, preserven su instinto vital en estado de alerta, pero adormezcan sus recelos por unos instantes.

 

Vamos, nada de reproches. Estamos en el suelo y nuestro viaje es horizontal, aunque nos sintamos flotar por momentos. Es un vuelo rasante, que no quiere olvidar cómo hacer pie; mucho menos despreciar el abono del que ese suelo está compuesto. El retiro del mundo no nos llama, sí la mezcla en que proliferan otros universos, sí hacerse a la mar en compañía, aunque las distancias cambien constantemente y la gente se mude de una nave a otra. 

 

Temblemos por un instante y no dejemos de promover ese estremecimiento. Velar por lo incómodo genera demasiada inspiración.

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