top of page

Intersticios


Autoportrait au violon, de Marc Chagall



El hebreo no tiene vocales escritas. Están presentes en la oralidad, y de hecho se señalizan como puntos en las lecturas infantiles y en los textos didácticos para gente adulta, pero pronto desaparecen para ya no volver. Para mí, que tuve un encuentro superficial con esa lengua a partir de los catorce, fue una de esas cosas que se ven de afuera como un pacto totalmente alocado. Un improbable acuerdo multitudinario mantenido durante milenios.


Las derivaciones son inmensurables: los textos se pueden leer de diversas formas. Claro que en un momento dado empezás a adivinar las vocales por contexto, pero ¿cómo hacés para leer un poema, en el que se busca muchas veces disolver ese sentido común que te lleva sin pensarlo de un significante a otro?


Esto da paso a una proliferación de interpretaciones de la Torá, texto que contiene la ley y la enseñanza divinas para el pueblo judío. La ambigüedad está en todas partes, con consecuencias directas en la vida cotidiana de quienes aplican esas normas. Investigando sobre este tema encontré un texto del rabino Yehuda Shurpin que apunta a reforzar la relevancia de la tradición oral: “…un clásico ejemplo es la prohibición de comer leche y carne juntos, que se deriva del versículo: לֹא תְבַשֵּׁל גְּדִי בַּחֲלֵב אִמּוֹ, universalmente traducido como ‘no cocinarás un crío (animal) en la leche de su madre’. Ahora, las palabras hebreas para ‘leche’, חָלָב (jalav) y ‘grasa’ חֵלֶב (jelev) tienen exactamente las mismas letras pero diferentes vocales.” Será la oralidad, con sus vocales sonoras, la que resuelva el dilema.


La ambigüedad es abordada como fuente de significados y lecturas posibles. En la vida práctica genera sus problemas, pero los textos siguen estando escritos sin indicación de vocales. Recuerdo el mini vértigo que se producía al inicio de la lectura de cada palabra, muy parecido a adivinar; la búsqueda de esa música interna que te lleve a la coherencia del discurso. Agregar los sonidos, afianzarte y pasar a la consonante siguiente.


Quien escribe en cualquier lengua codifica, pero también abre el juego a ciertas aventuras. Hay lenguas que parecen habilitar ese juego más que otras. En el hebreo, el acertijo se resuelve en la oralidad: quien lee en voz alta es quien termina de cerrar el mensaje. Pensamos que nuestra lengua no encierra tantas indeterminaciones…, ¿qué pensarán quienes nos leen?

bottom of page