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Incomodidad


Paseo por un sendero de montaña en primavera, de Ma Yuan



Me enseñé a no usar ropa interior. Me di maña para tenerme confianza. Nadie me lo dijo. Simplemente un día lo escribí, escribí mi perplejidad ante algunos artefactos sociales que, si en algún momento tuvieron sentido, hoy parecen ser restos sin utilidad (y con efectos colaterales).


Cuántas cosas tengo que no elegiría, que uso por inercia, que no me decido a descartar pensando en que si vienen invitados… cuántos mundos por crear. A cada sustitución un mundo, incluso cuando se sustituye por la nada: ¿qué usás en vez de ropa interior? Nada.


Descartar es vergonzoso en mi mundo. La vida tiene que nutrirse, sobrealimentarse, engordar a cada paso, con cada mudanza más cosas que transportar, un guardarropas más amplio que encontrar… Por otro lado, descartar no simpre es sinónimo de despojarse. Hay quien descarta para sumar puntos. Está acumulando también.


Es tan bello borrar de un plumazo los consumos futuros eliminando una categoría de la lista: por ejemplo, no más sillas en mi existencia. Agarra un vértigo que requiere el ensayo, la prueba, y finalmente la sensación de levedad.


Así como hay objetos prescindibles, hay cosas de las que puedo prescindir hablar. Si otras personas las traen a la conversación, participo, así como me siento en las sillas de los lugares que visito. Pero si el asunto acapara la atención me voy retirando aunque no se note.


Me las ingenio para pasar desapercibida cuando hace falta, pero me gusta compartir mis experimentos y lo hago cuando hay antenas curiosas alrededor. No soy despojada, sólo estoy incómoda.

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