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Gracias


Sellos de la civilización minoica, Museo Arqueológico de Atenas


En Pireás, un señor pakistaní me vendió un chip de celular y tuvo la amabilidad de pegar con cinta scotch el antiguo, debajo de la carcasa del teléfono, para que no lo pierda. Gracias por eso.

Un taxista cretense me contó la historia de su pueblo natal, tierra fértil de vides y olivos, debajo de cuya calle principal se encontraron restos de una ciudad que existía más de dos mil años antes de la era común. Ahora mismo están empezando las excavaciones.

En su pueblo hay un santo que fue el encargado de matar a un inmenso dragón. Y este santo vivía con su corcel y su espada en una cueva. Encontraron sus restos en una cueva al lado de un pozo de agua que se mantiene siempre lleno sin importar cuántas personas beban de él. Hasta hoy se festeja una vez por año la historia del santo y se visita el pozo de agua, del cual se sigue bebiendo y que permanece inalterable.


Al recibir un oráculo no se entiende nada más que un contexto: “dirígete hacia…”, y entonces hay que ir y ver qué pasa. No es poca cosa la predisposición al cumplimiento. Algunos sacrificios se consideran hechos cuando hay un movimiento de la voluntad que hace innecesaria la consumación física.


Acudir a la llamada sin guías, sin audios, a lo sumo habiendo leído algún que otro texto para entrar en clima. Usar el tiempo del viaje para estudiar, un estudio que se compone tanto de buceo literario como de poner el cuerpo en determinadas situaciones. Saber salir del enjambre. Mirar desde afuera y ser testigo. Avanzar con pasos de lana o con pasos de acero. Después, silencio para asimilación.


Un ciclo se cierra, es hora de festejar. Y al mismo tiempo un ligero sentimiento de culpa: “no está todo tan bien como para festejar”. Ese es el síntoma cuando se tienen demasiadas expectativas.


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