Room 90s, de Aaron Campbell
No había comunicación posible. El blindaje celular actuaba a la perfección, aislándote de la superficie y sustrayéndote a todo contacto: el toque estaba vedado, porque te distraía e incomodaba, aunque en principio solo tu visión estuviera convocada. Las palabras se disolvían en el aire antes de alcanzar tus oídos, sólo eso podía explicar la perfecta indiferencia a todo tipo de emisión sonora.
El aburrimiento nunca había sido tan ominoso, ni tan imperioso y al mismo tiempo tan fácil de esquivar. Ya no había horas vacías para rellenar con la propia imaginación o con acciones que crearan un mundo. Todos los mundos estaban creados y vivían en ese dispositivo que entraba en la palma de la mano.
Una tristeza inusitada me invadió. Una sensación de pequeñez y fracaso, tal vez ante el desafío de competir con esos universos de disponibilidad inmediata. ¿Qué valían mis invenciones al lado de tus luminosos, musicales y sorpresivos entretenimientos? Y cuando estaba a punto de desesperar me miraste y me dijiste: “¿te acordás cuando jugamos a escribir un libro?” Y yo me acordaba: te había dado mi compu con un procesador de texto apenas, y habías jugado un buen rato con las letras, antes de saber formar las palabras. “Sí, pero hoy hagámoslo en papel.” Funcionó. Estuviste un buen rato, unos largos minutos armando palabras y frases, describiéndonos en diferentes situaciones.
Un solazo baña ahora mi casa. Ya no estás y quisiera haber sido distinta, pero ¿cómo? ¿Más enérgica al poner los límites? ¿Más creativa y ávida de otros juegos? ¿Más cómplice para zambullirme en lo que te atraía? En todo me había quedado a mitad de camino. Convoco mis recuerdos de infancia y me pregunto cómo esto va a estamparse en tu memoria, sabiendo que nada es tan grave y que al mismo tiempo soy impotente para formatear ese disco. Como máximo, puedo intentar hacer lo propio con el mío.
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