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Extrañamiento



Breakfast in fur, de Méret Oppenheim



Cuando abro los ojos en mitad de la noche, las imágenes ingresan pero mi pensamiento aún no las encasilla, no entiende qué es silla o qué es ropa, no encuentra los límites entre las cosas. Hasta hace un tiempo intentaba apaciguar la extrañeza haciendo un esfuerzo por familiarizarme cuanto antes con los objetos, buscando a toda velocidad la amabilidad de lo conocido.


Últimamente me demoro todo lo posible en esa indeterminación que solía ser inquietante. Le saco el jugo a la perplejidad, la fase previa a la chispa de entendimiento, que da paso a una mansa certeza. Ese reposo siempre reclama otras inquietaciones. Ahora hago un esfuerzo contrario al de antes, intento volver a desconocer esas formas y esos bultos, pero pasados unos instantes ya no lo logro, porque los moldes de la realidad, una vez encajados, me impiden seguir jugando con lo indefinido.


J. L. Borges escribió en su cuento “There are more things”: “Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir la biblia del misionero…”. Hay más cosas en los mismos lugares y en la familiaridad de la rutina. No las percibo porque no las entiendo, y si no desactivo el ansia de entender, me privo del extrañamiento.


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