Imagen de la obra "The table"
No demandar nada de las otras presencias, ni palabras, ni complicidades. Habitar un mismo espacio apenas.
No encontrar en la otra persona los motivos que justifican la existencia de mis fantasmas ni de mis anhelos.
Poder cambiar los planes, las ideas, incluso los compromisos, sin dudar de la permanencia de esos vínculos —y esto no significa que sean perennes, pero sí que la duda los carcome antes—.
Que no haga falta pedir perdón. Pero si alguien lo pide, darlo.
Hacer la comida, tender la mesa, lavar los platos, barrer, todo en el mismo encuentro sin siquiera preguntarse a quién le toca qué. Prodigar un cuidado sin pretensiones de retribución, con la certeza de que ya todo está pago.
No pedir peras al olmo, agradecer las inflorescencias.
Estar lo más cerca posible alentando toda independencia: principalmente de economía y de afectos.
Elegir un momento entre momentos para recortarlo de la continuidad uniforme, aunque nos veamos todos los días.
Saborear el remanente de un estado, lo que sucede cuando ya todo pasó; demorarse más tiempo después de la fiesta, en la sobremesa, en la charla.
Tener un cuarto propio.
Busqué para nombrar este artículo el antónimo de la palabra "convivencia", porque la mayoría de las frases describen lo opuesto a lo que conozco bajo ese nombre. La aséptica definición de la Real Academia Española es "vivir en compañía de otro u otros".
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