Ilustración de copos de nieve, del libro Micrographia, de Robert Hooke
Las normas de conducta universales suelen frustrar los encuentros. "No hagas al prójimo lo que no te gusta que te hagan" es una de ellas, que tantas veces habrá dado pie al atropello, achatando el paisaje de los vínculos. Por ejemplo: no me gusta que me pidan permiso para nada, entonces yo tampoco lo pido. Suponer que somos iguales, en general, no funciona. No obstante...
Hay algo peor: la ilusión de individualidad creada por algoritmo, ser tan especial que se haga impensable cualquier atisbo de construcción más allá de la célula de la personalidad o de la familia. Un respeto máximo de las veleidades individuales, en teoría, evitaría toda incomodidad; sólo que la incomodidad es fecunda.
Las reglas pueden cercenar, incomodar o aburrir, pero también unen, dan dirección, permiten la construcción de un código dentro del cual entendemos cómo hacer cosas en conjunto. Ante la incomodidad pueden surgir el descontento, la desistencia, y también la capacidad de sobreponerse. Hay peligro de exceso hacia ambos lados, la normatividad absoluta y el caos total.