Lo que sabe un cuerpo. Caer en el cuerpo, con toda la presencia gravitacional de esa imagen. Encajar en el cuerpo. Cuando se abren interrogantes desde la sensación y se llega a las conclusiones usando el cuerpo. A todo eso le pongo el nombre de corposofía.
Lo que escribo es un compendio de instrucciones de un cuerpo para sí mismo. Nunca el relato de lo que soy o llegué a ser con satisfecha mirada a lo conquistado, siempre el anhelo de otra modalidad de ser que puede llegar y que, como máximo, se manifestó alguna que otra vez, apenas para ilusionarme con la posibilidad.
Hay encuentro y coincidencias entre los cuerpos, pero nada es universalizable. En ese sentido, estos textos son como guantes o botas, que te probás a ver cómo te calzan. No se sabe hasta que no los usás.
Hay algo noble en pisar la huella que se considera conducente, ahondarla un poquito más y prolongar el tiempo que tardará en desdibujarse. En nuestra sociedad se busca el reconocimiento individual y se hace un culto de la personalidad. Ese tipo de búsqueda no alienta el desarrollo de prácticas que den continuidad a un saber anterior, ni a un saber compartido.
No imagino un único camino, una línea que otras personas retomarán en el futuro, sino una proliferación rizomática que alumbra retoños en sectores que se creían infértiles, la puesta en práctica de una filosofía de vida que encarna distinto en cada cuerpo.
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