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Bumerang




The listening room, de René Magritte



Mi cerebro se muda de un pensamiento a otro, pero mi cuerpo me trae una y otra vez al mismo sitio: la inflamación.


Mientras recuerdo y repito mentalmente las palabras que me dijo DeRose (las dijo y se grabaron a fuego en tantos cuerpos, pero no puedo sino hablar desde el mío): mi cuerpo es un mecanismo difícil de romper y fácil de arreglar*, me pregunto cuán claramente puedo detectar si se rompió o si se transformó o si le está creciendo un ala y entonces claro, duele ahora, pero después…


Qué ilusión pensar que se escapa al tentáculo sensorio. Merodeo las ideas, pero no puedo entrar en ellas por estos dedos inflamados que el teclado me recuerda dolorosamente. O visto de otro modo, ahora se me permite vagar por la superficie. Solo eso y tanto como eso.


Cómo no estar agradecida por el techo que me cubre, por el suelo que piso, por el cuerpo que soy. Es perfectible, claro. Pintar el techo no vendría mal, tampoco volver este cuerpo más resistente a la intemperie, o más solidario para manifestar rápidamente lo que sucede de la piel hacia dentro.


La resistencia no es lo mismo que aguantar. El aguante puede volverse en contra: devenir dureza para el cambio, obstinación que esconde la debilidad de no poder dar un paso.


Me hamaco entre paliar y sentir, aunque confieso que con fuertes inclinaciones a dejar que se desplieguen las sensaciones con sus aristas propias, que el proceso siga, que exista un tiempo el dolor y me acompañe su rispidez detonadora de otras rutinas y adaptaciones múltiples en la agenda cuadriculada de la urbe.


El antinflamatorio quedó en la góndola.



*DeRose. Tratado de Yôga. 2022. publica.la, https://ebooks.derosemethod.com/reader/tratado-de-yoga-1643679928?location=521


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