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Ausencia de lo perentorio


Detalle de Los girasoles, de Vincent Van Gogh


Saber qué hay que hacer en cada momento es la característica de todo lo que existe, excepto de las personas. Qué belleza observar los movimientos de un insecto o de una foca, llevados por las ganas o por una instintiva obligación en amalgama indiscernible. No hay disputa entre deseo y deber, por lo tanto no existe culpa.

 

La foca se demora indefinidamente en una playa, hasta que llega la hora de hacer una nueva inmersión con todo lo que eso conlleva, predación e inanición acechantes y al mismo tiempo exentas de cualquier connotación trágica. Apenas el estado de las cosas. Imposible distinguir entre necesidad básica y lujuria, todo es perentorio.

 

A falta de esa urgencia del instinto, se lee la dirección de los girasoles como si fueran brújulas, sentencias, se asocia lo que jamás estaría próximo, se analizan los acontecimientos como parte de un guion previamente escrito…

 

Nada contra la búsqueda de crear un campo en que encajen las piezas más aleatorias: llamemos a esa forma de explicar el mundo “una creación”. Todo contra tener que escuchar argumentos que buscan probar la existencia de ese campo como algo previo y verdadero. Lo verdadero es muy peligroso.

 

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