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Apología del audio



Beethoven’s Trumpet (With Ear), de John Baldessari



Un mensaje de audio como una epístola como un oráculo como un puntapié. Un audio sin puntos ni comas, difícil de traducir a estos dibujos que se dicen letras en que intentamos codificar nuestro sensamiento (pensamiento y sentimiento, pero que incluye también scaneo o sensado sin palabras) e invariablemente lo inventamos.


Un audio largo, que te haga parar y retroceder varias veces, que te haga maldecir lo precario de esa tecnología que no permite retroceder siete segundos exactos, y que por eso mueva a entender la duración sonora como longitud espacial.


Dentro de los arneses en que nuestra expresividad se acomoda, el audio permite un silencio, una duda, un cambio de idea. Muestra la orientación de las comisuras de tus labios al momento de grabarlo, hace cuántas horas o segundos saliste de la cama, de cuánto tiempo y espacio disponés a tu alrededor.


Una inesperada vuelta a la oralidad en tiempos de lectoescritura neurovegetativa. Los diversos usos de la tecnología pueden abrir algunas brechas que parecen contratecnológicas, o al menos traer a la vida prácticas olvidadas. ¿Cómo aguza nuestra memoria y concentración la improvisación de un mensaje de audio en tiempo real, considerando que hay sólo dos posibilidades: enviarlo o borrarlo, sin editar?


Atesoro algunos mensajes de audio. Mi manera de preservarlos de la vorágine del olvido es escribirlos. Típico.

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