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Amante


Escena de la película Fitzcarraldo, de Werner Herzog


La primera vez que escuché esa palabra estaba en la casa de mi tía. Fue en un programa de televisión; una mujer miraba alternativamente a su marido y a su mejor amiga y exclamaba: ¡son amantes! Su tono cubrió de ignominia esa palabra, y así quedó estampada en mi memoria de seis o siete años.


Décadas después fue Sei Shonagon, escritora japonesa del siglo XI, quien hizo que el término produjera otros ecos en mi pensamiento. Parece que tenía decenas de amantes (aunque, ¿cómo saberlo?). Alude a ellos de maneras muy diversas: al leer sus escritos la encontramos por momentos apasionada, en ocasiones quisquillosa, enfriada, abrumada por un desengaño amoroso o desdeñosa para con un señor despechado… Sei Shonagon es muchas en una, y encarna a través de la literatura las mil formas de ser amante.


Mucho más recientemente me encontré con el texto “Borrador para un diccionario de las amantes”, de Monique Wittig y Sande Zeig. Las amazonas de su diccionario aman a seres diversos y escapan a cualquier intento de naturalizar las prácticas del placer. Son amantes en un sentido amplio.


Qué decís con una palabra. Qué entendés cuando la escuchás. Cómo podemos entendernos. Cuántas historias tenemos que contarnos antes de poder charlar de algo.


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