
Cell XXVI, de Louise Bourgeois
Me gustan las explicaciones. Me encantan los símbolos. Pero no busco entenderlo todo, ni adosar significados al agua que corre. Cae lluvia ácida y hay que protegerse. Paso cerca de un manantial y entiendo que debo parar y beber antes de dejarlo atrás en mi caminata, aunque la lluvia pueda hacer crecer mis escamas, funcionales a la autodefensa, y el agua de vertiente pueda intoxicarme con restos de un animal en descomposición.
No es que vaya por ahí entregada a toda suerte. Voy forjando un destino (martillo en mano) pero las bifurcaciones son parte fundamental del recorrido, así como los pálpitos, aunque conduzcan a callejones sin salida.
Voy descubriendo gradualmente cuán reducida es mi capacidad de control. Y en esa misma medida aumentan mis ganas de explorar las posibilidades de mi cuarto propio, esa pequeñez sin muros en que mis veleidades son ley.
Cuando vuelvo ante tu presencia mis multiplicidades se organizan de manera tal que podemos encajar, es una magia que sorprende cada vez, merece un agradecimiento diario, pero atención al peligro que conlleva: cuidado para no deponer el martillo, las escamas y el uso del olfato antes de beber de cualquier fuente.
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