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Polaroid de domingo


Polaroid de Andrei Tarkovsky

Apagar el celular, desoir el llamado. Mirar la gente que pasa por la calle, con barbijos de todos colores. Mirar el jardín colgante y pensar que tengo que hacer arreglos en este jardín. Estirar el mentón hacia un sol tímido, mentalizar que sale. Postergar el momento de empezar a tomar mate. Postergar, así, el momento de parar. Sentir cierta culpa por no haber hecho la clase de danza. Y también por las pesadillas, una responsabilidad por soñar que me despertaba a escribir, y no tener la compu, y no encontrar el celu, y tener que bañarme y salir por la ventana de mi departamento hacia la ducha de un vecino, sin que la mía haya dejado de funcionar…

Hoy es un día en que voy dejándolo todo para después. Tan temprano un domingo y ya empiezo a dejar cosas para más tarde. Para no perder el día entero defino en mi mente algunos momentos, con vaguedad: a las doce tengo que escuchar un programa, a las cinco merendar con mi familia, en el medio viene el estudio, y hasta las doce podría venir la escritura. Sólo que la escritura.

Esta persona en quien conviven lo cuadrado y lo sin bordes, lo sólido y lo gaseoso, esta persona anfibia híbrido de kraken y minotauro. Esta no-persona.

Se escuchan las conversaciones de la gente en la calle, porque los autos se llamaron al silencio. Algunos seres mitológicos salen a nuestro encuentro, una mitología distópica que inevitablemente se construye con restos de lo que conocemos. En el libro Cosmos, Carl Sagan mostraba la ilustración de un extraterrestre imaginario y a continuación, la imagen microscópica de un ácaro. La cita era imposible, la similitud no obstante estaba ahí.

No existe danza en el aire, nos paramos sobre esta tierra y tratamos de esquivar las grietas. Cuando erramos el paso, metemos la pata en la rajadura hasta alcanzar una nueva base subterránea. Alguien viene a darnos una mano, pero le decimos “estoy bien, hago pie, aunque vos no lo veas”.

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