Shiva Natarája
A Borges le fascinaban las posibilidades estéticas de la metafísica. Me dispongo a poetizar la filosofía (práctica).
Una filosofía que considera el comienzo del universo como la perturbación de una calma solitaria, como una irrupción de sentimiento donde sólo había estabilidad.
Una escultura en las manos. Primero parece que la sostengo, después soy toda escultura.
Abrir la tapa de un torrente incontenible de gratitud, que estaba ahí todo el tiempo, preso como un genio en su lámpara.
Sacudir el automático y llevarse de la mano a otras costas. Volver con una fuerza renovada, una segunda inmersión mucho más determinada.
Respirar el sol. Tener la piel calentita adelante y más fresca atrás. Y un volcán que se despereza chisporroteando ahí abajo.
Las manos en la masa, en el barro, en el agua y en el aire, en el músculo y en el órgano.
Cambiar el tiempo, erosionar sus bordes y llegar a la médula.
La mirada que busca salirse de sí misma, verse desde afuera, cuestionando hasta qué punto existe “adentro”.
Un apaciguamiento de todo lo que lucha por imponerse como grillete del pensamiento.
Ver los surcos, y elegir caminar por los montículos.