Instalación En órbita, de Tomás Saraceno
Hay una red que se tiende entre quien fantasea y su objeto de fantasía. El objeto fantaseado percibe esas emanaciones mentales, corporales, emocionales, y puede corresponder a su manera, incluso sin ningún contacto físico. Hay un tráfico de información que viaja y activa procesos, produce endorfinas, calor, movimiento.
¿Es posible atender a este proceso sin la ansiedad de concretar un contacto físico? Gran pregunta en tiempos de confinamiento.
El erotismo como fuerza subyacente de todo lo que motorizamos, la fantasía como emisario de esa pulsión, pueden ser el néctar de cada encuentro o el dedo que tortura una y otra vez la misma llaga. Y esto se debe a que una enorme cantidad de fantasías vitales no se concreta. Si lo asumo de esta manera puedo disfrutar del néctar aunque nunca llegue a transformarse en miel. Es más un gusto en la boca que no llega a ser alimento para les humanes, pero sí para otros seres más sutiles como los colibríes y las mariposas. También para las moscas.
Nunca pienso que las cosas deberían ser de una forma. No creo en la predeterminación, o en la inevitabilidad. Somos cuerpos en constante interferencia, con grandes posibilidades de transformación. ¿Qué habilita la existencia de una afinidad que permite el tráfico de fantasías? Un manojo de posibilidades, que es lo mismo que decir no tengo idea de qué va a pasar cuando nos encontremos.