Imagen del espectáculo Wayra, de Fuerza bruta
Por momentos, el ansia de imprimir una huella en el mundo no me deja tiempo para escuchar, para recibir, para apreciar o dejarme afectar. No creas que no me doy cuenta, sólo espero que baje la temperatura, porque mientras permanezca en el punto de ebullición nada podrá interponerse, es inútil.
Es como un tanque que necesita vaciarse, un orgasmo que quiere llegar, ¿a dónde? Y entonces hay un atropello, que es lo que sucede cuando se corre con los sentidos cerrados hacia afuera. El ansia de ahorrar tiempo mueve a economizar la conexión con el entorno, para que el tráfico de datos no sea tan abrumador.
Pero si ese ajuste económico aprieta demasiado, termino sintiéndome en un cuarto oscuro. A veces tengo que llegar a ese punto para abrir la canilla del universo y dejarme alcanzar nuevamente por los influjos de lo que me rodea. Quiero aprender a hacer equilibrio en una cuerda más floja, lograr que mi piel se vuelva permeable.
Hay una posibilidad de que el canto de las sirenas no sea tan mortal como dicen, o de que mi voluntad pueda disfrutarlo sin sucumbir al hechizo, pero en general prefiero no arriesgarme. ¿Será que lo industrioso de esta vida podrá convivir con un temperamento más aventurero? ¿O tendré que elegir? Por lo pronto estamos en cuarentena, las opciones considerablemente reducidas, lo suficiente como para ensayar sin riesgos, en el abrazo del hogar.