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Dosis celular


Ilustración del Códice Martínez Compañón

Hay gente que te ve con el celular y se preocupa. Más que preocuparse, te juzga. Para ellas, el uso del celular está penado. No se puede mirar impunemente el celular ante su presencia, se siente la desaprobación en el ambiente. El celular me recuerda la diferencia que hay entre cura y veneno: la dosis. Algo que puede aniquilarte en cantidades abundantes, en una dosis ínfima es un remedio homeopático.

Hay personas adictas. El celular se vuelve la droga que calma la angustia de la inacción, adormece amablemente las inquietudes que todo el tiempo operan en el fondo y buscan asomar a la superficie. Necesidades y voluntades que, silenciadas a tiempo, en el peor de los casos pueden no volver a manifestarse.

Tengo un amigo que me regaló esta imagen: somos como pececitos en el mar, disfrutando de un espacio que pensamos libre, pero en realidad dentro de una inmensa red que se va cerrando gradualmente. Cuando los pescadores decidan levantar toda la cosecha, ahí estaremos nosotros, cazados por la magia del mundo en la palma de la mano, incapaces de zafarnos de esas redes. La gran pregunta es si habríamos preferido quedarnos solos del lado de afuera.

¿En algún momento se nos preguntó si estamos de acuerdo en conceder nuestra libertad a cambio de ese poder? En cierta forma. Recuerdo todas las veces en que me apresuré a aceptar las condiciones de un acuerdo digital, para avanzar rápido en dirección al uso de una app, que a un tiempo me da y me quita.

Hay usos y usos, y hay que ver quién usa a quién.

Cuando leí el cuento de Borges El Aleph,que habla de un punto que contiene el universo, pensé en la hiperconciencia. En ese momento no existían los teléfonos celulares.

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