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Miedo a perder la magia

Leonora Carrington y Max Ernst

Hoy soñé con vos. Los ojos te brillaban como antes. Me volvías a atraer. Me desperté preguntándome por qué estuve en tu ciudad y no te fui a visitar, qué extraña falta de ganas fue esa, justo cuando se podía. Y creo que fue el miedo a perder la magia.

Volver a verte sin pasión, tener una conversación apacible y anodina, ponernos al tanto de lo que se ve de afuera de nuestras vidas me resultaba un insulto a nuestra historia, hecha de salvaje lucidez. Una historia fuera de los tiempos y lugares comunes, que pese a todo coexistía lo más bien con nuestros entornos y seres amades. Pensé que si podía evitar eso era mejor.

Y ahora, con los ojos llenos de la sensación de un sueño, con el brillo de tu mirada que dejaste en la mía, me viene a la memoria ese primer cariño un primero de enero. Estreno de año y explosión de paradigmas. Pedazos volando alrededor. Hace exactamente equis cantidad de años, porque hoy es primero de enero.

¿Estaremos destinades a no reencontrarnos con los amores del pasado a costa de mantener intocado el recuerdo? No lo creo, pero se necesita una predisposición para preservar la magia. Más que un arrastre de algo que existía, es una transformación total. Es posible que esa magia transformada esté presente en todos mis vínculos de hoy. Tal vez lo que me despista es que haya un intervalo de tiempo, más o menos largo, en el cual hay espacio suficiente para que prospere la incertidumbre: “no sé cómo sos ahora, ¿será que brota una magia?”. La próxima vez voy a ser más valiente.

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