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Nadar en el cemento


Exposición de Antony Gormley en la Royal Academy of Arts

La insistencia es un atributo que sirve para lidiar con las cosas, no con las personas.

Las personas que tienen buena mano para arreglar cosas y resolver los problemas que surgen al lidiar con los objetos inanimados, en general son perseverantes a un punto que visto desde fuera puede parecer obsesivo. Pero funciona. Claro que también es necesaria la maña y una cierta inteligencia ubicua, pero me atrevo a afirmar que, sin insistencia, lo que se rompe no se arregla.

En las relaciones humanas la perseverancia puede resultar útil, pero definitivamente la insistencia no lo es. Cuando me insisten, desisto de mis ganas. Me muevo por compromiso o por abnegación, pero el deseo queda sepultado por la insistencia. Cuando quien insiste soy yo y me doy cuenta -cuántas veces habré sido ciega y sorda a la voz de basta-, descubro en un instante que acabo de liquidar el deseo real de quien soporta mi empecinamiento.

Conducirse con los vínculos con la misma lógica con que nos movemos en el mundo inanimado es casi como querer nadar en el cemento. Si es tan obvio que las personas no son cosas, ¿por qué no recurrir a otros métodos?

La insistencia parece necesaria cuando fracasaron la seducción y la educación. La primera se basa en crear atractivo, la segunda en crear lucidez. Si no logramos ni conquistar ni alumbrar las conclusiones que nos gustaría que otres alcancen, después de haber invertido nuestro máximo esfuerzo, podemos retirarnos silbando bajito y con dignidad, sabiendo que la insistencia puede como máximo hacer brotar un fruto de invernadero, cuya cáscara parece tentadora pero que por dentro ya se echó a perder.

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