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En redondo


Estudio del cuerpo humano, de Francis Bacon

Desensillo. Doy una vuelta en redondo buscando una pista y subo nuevamente. Avanzo un poquito más, oteo la distancia, espero y desespero, intento apretar los segundos para verte. Pero no hay señales de tu presencia, y el día parece eternizarse mientras se acaba.

Sabés desaparecer. Y sobre todo sabés hacerte desear, sin malignidad aparente, apenas como un rasgo más de tu avara existencia. Digo avara porque no repartís lo tuyo, solo unas migajas llegan a los que tanto codiciamos una rebanada, por no decir todo el pedazo. Pero lo cierto es que anhelamos porque se nos canta. Te esperamos cuando deberíamos emprender nuevos rumbos, desistir de esta obstinación malsana. Lo hacemos porque algo de toda esta espera justifica nuestro vagabundeo, nuestras paradas a otear el horizonte, nuestra conversación apasionada. Algo de esto alimenta, aunque por dentro consuma.

En La divina comedia, Dante Alighieri describe la situación de los pecadores en constante consumición y renacimiento, un eterno ciclo trágico en que la materia prima de la existencia es necesaria únicamente para volver a aplicar la condena infernal.

Reciclemos: ¿para qué puede servir esa particularidad de nutrición y aniquilación que tienen los amores no correspondidos? Me da la sensación de que es el combustible más potente que puede existir para la creación. Basta un pequeño desequilibrio en la balanza, un pelín más de alimento que de devastación, lo cual a veces se consigue haciendo foco profundo en la emoción hasta verla desde afuera. Cuando se logra apreciar esa bola incandescente con un poquito de distancia afloran tanto la tragedia como la comedia, el relato que hace posible abandonar el ciclo.

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