Fotografía de Ben Zank
La filosofía está siempre inscrita en un cuerpo. Cuánta inspiración puede caber en un cuerpo. Cuánta transmisión puede entrar en un gesto. Cuando se escribe, se pone en palabras lo que el cuerpo atraviesa, antes o durante la escritura. No existe teoría sin práctica.
Muches intentaron sacarse de encima este saco de pulsiones como si fuera un lastre. Habrán conseguido como máximo una disociación pasajera, con un recrudecimiento posterior de síntomas, que son verbalizaciones físicas.
El cuerpo se prepara, se afila como un cuchillo, reluce como una manzana. Hay un precio que se paga por el abandono corporal: es el alejamiento de lo sensible. Crece una capa entre lo que percibe y sus objetos, entre lo que actúa y el resultado de sus acciones. Lo que percibe y lo que actúa en nosotres se relega al fondo de la caverna cuando el cuerpo está desafinado.
¿Belleza física? Disponibilidad de las potencias de un cuerpo. Capa traslúcida que permite abundante tráfico de información, tocar y ser tocades.
¿Fealdad física? Acomodación a las tendencias que nos quieren inertes, separades, lentes.