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Abrir la puerta


Serie 365 días, de María María Acha-Kutscher

Respirar profundo. De pronto te das cuenta de que no lo estabas haciendo, como si hasta ahora no hubieras querido absorber tanto mundo, dejando que pase apenas lo mínimo indispensable para alimentarte, al ras de la necesidad. Montaste una barricada invisible que te protegió de quién sabe qué males.

El problema es que con ese filtro quedaron afuera muchas buenas cosas, nutricias y generadoras de lo desconocido. Durante una extensa temporada te guardaste muy bien de dejar entreabierta la puerta, cerremos con llave por seguridad, y ahora que te atrevés, entra a borbotones ese mundo abrumador, como una madre sonriente con las manos llenas de frutas maduras. ¡Y cómo negarse! Y por otro lado, evitar que la marea de cosas nuevas y propicias arrase lo que cuidaste por tanto tiempo, no sin esfuerzo.

Con atención redoblada. Me viene esta respuesta y entiendo que cuanto mayor es el caudal que uno deja pasar, más fino es el filtro que precisa aplicar; un filtro que libera y obstruye con una inteligencia que es distinta al pensamiento: es cuerpo, es sentimiento, es al mismo tiempo narración y ausencia de palabra.

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