Pastores con sus rebaños, Montes Tassilli, Sahara argelino
Venir a mi lugar no es un exilio o un retiro. Más bien es una entrada, una devolución, estar de lleno y más firme que nunca, más con los pies en la tierra, buscando ese contacto sin mediación de asfalto o calzado. Es preciso que aclare esto porque el encanto justamente reside en la posibilidad, en la tangibilidad de este espacio. Si fuera una utopía, qué añoranza profunda en la que viviría sumida, en sintonía con les poetas maldites y les amantes no correspondides.
Cada noche antes de dormir, en mi lugar, existe la chance de contemplar los sucesos del día con ojos aburridos o inspirados o preocupados o encantados… De esta forma las experiencias entran a nuestra caja de recuerdos con una polaridad, con un peso y una sensación asociada que van a determinar las cualidades de esa memoria. Al final de cuentas somos en gran parte un cúmulo de reminiscencias y de expectativas, y si no tenemos cuidado al modo de guardar estas imágenes del pasado, podemos estar sembrando la insatisfacción.
En cuanto a las expectativas futuras, en mi lugar también aplicamos un cuidado al producirlas. Alimentamos con entusiasmo los sueños, pero nos mantenemos muy alertas para que nuestra naturaleza, a veces demasiado temerosa, no construya al mismo tiempo las imágenes opuestas. Desarrollar esta habilidad de ser pastores de recuerdos y de sueños, en algunos casos, puede tomar toda una vida.