Artefactos Quimbaya, o pájaros de Otún
Antes de subir a la avioneta la rodeamos con una lista de control en la mano, chequeando todos los detalles en pos de un vuelo sin sobresaltos. Al entrar repasamos el doble de ítems, verificando dos o tres veces los más importantes. Estas verificaciones no eran improvisadas, sino que seguían un orden estricto, y las repeticiones estaban calculadas en la hoja de chequeo. Por supuesto que el despegue requería otras tantas verificaciones, estas últimas almacenadas en la memoria del piloto gracias a un entrenamiento que requería un determinado número mínimo de horas (seguramente decenas o cientos de horas).
En la preparación para el vuelo pude ver los sistemas redundantes: más de un motor, más de un tanque, más de una unidad de todas las cosas que pueden llegar a fallar, aunque se espera que no.
Y la comunicación con la torre de control, no es cualquier comunicación: el tono del diálogo es una mezcla de respetuoso, solícito, en la cornisa entre lo impersonal y lo amistoso, sumamente ordenado (como debe serlo el tráfico aéreo), de forma tal que uno se siente vagamente contenido, pero no tanto, bienvenido al espacio que está invadiendo, y al mismo tiempo solo en la inmensidad, acompañado por este ente peculiar que es “la torre”.
Los métodos para hacer las cosas, que no son más que formas de comportamiento o normas de etiqueta (una pequeña ética, como diría el Prof. DeRose), solo sobreviven si demuestran su utilidad. Y los que no sirven, se descartan. Los accidentados en vuelo dieron forma al cerco detrás del cual queda todo lo que no sirve hacer. Hay una acumulación que garantiza en gran parte el éxito de los procedimientos. Me pregunto si no serviría un abordaje parecido con las relaciones personales. Las mismas obviedades se aplican: es obvio que no queremos que alguien salga lastimado, es obvio que la seguridad es un factor importante para sentirse libre y moverse a gusto, es obvio que si tenemos alternativas redundantes no corremos tanto riesgo, es obvio que cuanto más educada sea la comunicación mejor vamos a entendernos... Ya lo sé, suena frío. Pero no puedo dejar de pensar que en mi paseo en avioneta por los aires sentí menos la inminencia de sucesos indeseados que en las relaciones humanas.