Tren por Thomas Wightman
Arremangate los puños y vamos, adelante. Subí al tren. No te detengas en el camino, no mires para atrás, no dejes de moverte, sentí el viento en la cara, y tratá de que tu propio paso acelerado produzca viento para los demás.
Sabé mirar para los costados, porque es magnífico el paisaje y conocer los hábitos de las demás personas, pero no pares, no te bajes, tomá un té con ellos en el tren, invitalos a acompañarte por un trecho al menos.
Recorré todos los vagones y conocé bien a los pasajeros. Descubrí incluso cómo podés descansar turnándote con otro para que todo siga en actividad. Y después volvé renovado a la tarea y dale la sonrisa más hermosa al que te relevó.
Cumplí tus cometidos y en los intervalos mirá el paisaje, charlá con los pasajeros, leé y mirá películas, o no hagas nada de todo eso y seguí maquinando el proyecto que te desvela, pero con una sensación interna de recreo, de seguir un camino que, por afinación profunda con tus vibraciones más recónditas, llega a ser el elegido y al mismo tiempo el insoslayable.
¿Y cuando te canse este tren y quieras conocer el subte o el avión? Hacé primero una inmersión en las entrañas de la tierra y un vuelo rasante con la mirada de tu pensamiento. Cuando a tu imaginación no le queden más conejos en la galera, ponete a trabajar con el pensamiento, construí mentalmente todo lo que te gustaría arriba y abajo, descubrí si es distinto de lo que hoy tenés, si suma, y cómo podrías dejar tu tren funcionando aun sin tu presencia física.
Ahí sí, lanzate a recorrer esos otros mundos, o dedicate a ampliar el recorrido del tren, o a llenarlo de pasajeros… Tu naturaleza es servir, en todas las acepciones posibles de la palabra. Si servís a un ideal o a tus congéneres, encontrás tu lugar en el mundo, tal como los músculos en tu cuerpo. El que no se usa, se revela inútil, deja de funcionar. Servir para vivir.