Imagen de la película The shape of water
Descubriste algo magnífico. No se puede decir que no lo buscaste, estuviste investigando en los libros de alquimia y haciendo torpes experimentos, sabiendo que no iba por ese lado. Te fascinaste con la creación de cualquier cosa, desde la máquina hasta la expresión artística, y en todas esas aguas nadaste siempre como humano, nunca como pez. Y cuando finalmente encontraste tu estanque y te descubriste de una especie adecuada para vivir en ese medio, empezó el trabajo tanto más arduo de volver a ser homínido para comunicar la noticia a tus congéneres.
Y a partir de ahora de eso se trata tu anfibia existencia: de pasar un rato fuera del agua para contextualizar tu hallazgo. Crear contexto, en este ejemplo, es como invitar a contemplar el agua, generar sed y calor, y en consecuencia el deseo de estar inmerso en el líquido; a su debido tiempo mostrar tus branquias con el consiguiente estupor de los visitantes, y hacerles sentir que es normal e incluso deseable que a ellos también les nazcan una pequeñas aletas.
La imagen naif de quien muestra el hallazgo del oro, causando euforia incontenible en los que lo rodean no se aplica más que a los caminos ya trillados, a los descubrimientos estandarizados. No digo que por eso sean menos valiosos, pero sí que no conllevan ese trabajo laborioso y transformador que resulta ser la enseñanza. Enseñar es crear contexto para que el otro viva la zambullida en el agua como una revelación de los sentidos.
Enseñar es, entre otras cosas, compartir una misma sed, aunque no se llegue al agua. No existe soledad para el que enseña, porque aunque esté en el desierto, está acompañado.