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El inquieto


Sin título (Alan Kurdi), de Muhammad Ansi

No se calla. Quiere hablar todo el tiempo y yo le digo que pare, pero ni caso me hace. Busca sin cesar la manera, cuando en realidad tal vez sólo precise reposar un poco, descansar de la búsqueda, para que surjan nuevos aires y otras formas.

Pero en ese movimiento frenético confía, porque es lo que alimenta su inspiración. Sabe que, de alguna manera, exponerse a la diversidad del mundo le da más chances de ser visto, y sobre todo de ver. Va a todos lados y no fantasea con las consecuencias, no pierde tiempo en anticipar los resultados (la mayor parte de las cosas en la vida, piensa, no dan ningún resultado). ¿Qué importancia podrían tener los logros, comparada con la satisfacción de estar en movimiento? “Crucemos el Atlántico aunque no sepamos a qué costa nos dirigimos, ni si hay costa (siempre hay)”. Eso me dice, mientras suelta una vez más las amarras.

Contemplo su frenesí desde el living de mi casa, con una mezcla de sensaciones: sana envidia de su aventura, reflexión acerca de mi estabilidad. La palabra reflexión es perfecta porque me recuerda a reflejo, y me doy cuenta de que lo que hago es reflejarme en él, compararme y tratar de verme desde afuera, en particular desde su punto de vista.

Un día de estos me subo con él al barco, me digo para seguir un poco más con esta hermosa vida, a la cual no quisiera renunciar, esta bella vida de placeres construidos con calma, ladrillo por ladrillo, terreno ganado al sinsentido del día tras día.

Lo miro zarpar una vez más, y en un instante ya está lejos de mi alcance, probablemente con su pensamiento en costas lejanas, o en el mar inmenso. Me olvido rápido yo también y vuelvo a mis quehaceres, aunque no quisiera: quisiera mantener una llamita de su ejemplo en mi mesa de luz, mirarla todos los días e imaginarme lo que podría suceder.

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